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No se trata de la semilla

Vivo maravillada con las grandes historias de fe que encuentro en la Biblia. Leo de un Moisés que se encargó de liberar al pueblo de Israel de la esclavitud que vivía en Egipto, un Noé que sin ver una sola nube en el cielo le creyó a Dios y construyó un arca inmensa para “salvarse del diluvio que estaba por venir”, o mi favorito, Abraham, que salió de la tierra que conocía y se encaminó hacia el lugar que “Dios le mostraría”. (Si te pones a pensar, antes todo era desierto; si querías irte a un pueblo específico, seguías una ruta específica. Y Abraham no la tenía. Pero obedeció por fe) Y sin irme tan lejos o tan atrás en el tiempo, he escuchado historias de hombres y mujeres de este siglo que también le creyeron a Dios y alcanzaron mucho. Personas que no tenían ni un sol en el bolsillo para el proyecto que Dios había puesto en su corazón, pero actuaron por fe y Dios proveyó. ¿Tendremos nosotros la misma cantidad de fe? ¿Será lo suficientemente grande como para hacer algo que impacte?

… Les aseguro que si tienen fe tan pequeña como un grano de mostaza, podrán decirle a esta montaña: “Trasládate de aquí para allá”, y se trasladará. Para ustedes nada será imposible.” (Mateo 17:20)

El grano o semilla de mostaza es tan pequeño como la punta de un lápiz. ¿Estaba Jesús realmente diciendo que nuestra fe debe ser así?, ¿tan chiquita? Sí. No fue por tener una fe grande que otros hicieron cosas grandes, y tú por tener una fe chiquita, harás cosas chiquitas. ¡No! Jesús mismo dijo que la fe del tamaño de un grano de mostaza movería una gran montaña… Porque sabes, si me pongo a pensar en mi fe y en el tamaño de mi fe no estoy teniendo la perspectiva correcta, es decir, estoy enfocándome en mí misma y en mi capacidad para hacer que Dios obre. ¡No debe ser así! Porque no se trata de nosotros, se trata de él. Se trata de creer en Su poder, en Su amor, en Su sabiduría, en Su soberanía. ¿Por qué voy a enfocarme en mí misma si sé cómo soy? Débil, inconstante, a veces dudo, tengo miedo… No somos perfectos. Y aquí es donde quiero recordarte otra historia de Jesús:

Maestro, te traje a mi hijo que tiene un espíritu mudo, y siempre que se apodera de él, lo derriba, y echa espumarajos, cruje los dientes y se va consumiendo. […] Y cuando el espíritu vio a Jesús, al instante sacudió con violencia al muchacho, y éste, cayendo a tierra, se revolcaba echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él respondió: Desde su niñez. […] Si tú puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros y ayúdanos. Jesús le dijo: “¿Cómo si tú puedes?” Todas las cosas son posibles para el que cree. Al instante el padre del muchacho gritó y dijo: Creo; ayúdame en mi incredulidad.”
[Lee la historia completa en Marcos 9:14-29]

¡Me encanta la respuesta del padre! Con esas palabras, él admite la imperfección de su fe, admite que simplemente solo no puede: Humildad.

La fuente y objeto de la verdadera fe, incluso aquella tan pequeña como un grano de mostaza, es Dios. No tú ni yo, solo Dios. Así que no te frustres o tortures pensando en el tamaño de tu fe, sino concéntrate en ponerla en las manos correctas: las manos de Dios. Cree con todo tu corazón que Él puede hacer milagros, transformar vidas, proveer, restaurar, siempre de acuerdo a Su perfecta voluntad. Recuerda una vez más: No se trata de ti, se trata de Él. Y Él, nuestro Dios, todo lo puede :).

Lucas 1:37
“Porque nada hay imposible para Dios.”

Medita:
– ¿En qué está puesta mi fe?
– ¿Tengo fe en Dios o en mí mismo/a?

Ponlo en práctica:
1. Si por alguna razón sientes que dudas, pídele a Dios que te ayude a creer. Ten la humildad del padre.
2. Busca tu fe en las manos correctas y deja que Dios obre.
3. Comparte este devocional con un amigo/a.

Pastora Debbie Pérez de Alencastre